domingo, 30 de noviembre de 2008
Smoke II (Día 10)
Se han roto los estores de aluminio y no hemos podido subirlos en todo el día. El mundo hoy ha dejado de existir.
Me he dedicado a mirar la grieta, concentrado en ella intentando aparentar que nada sucedía, que el trabajo seguía su ritmo normal.
La he mirado con tanta intensidad que se me han chamuscado las pestañas.
— ¿No oléis a quemado? ¡Qué peste más mala! — Dijo S con el rostro arrugado de pasa.
La he mirado con tanta devoción que ha empezado a oler a incienso en toda la oficina.
— ¡A iglesia, ahora huele como en la iglesia de mi pueblo! —Volvió a señalar S, ahora en un tono alegre.
La he mirado con tanta desesperación que he comenzado a llorar.
— ¿Por qué lloras? — Me preguntó S.
— Nada, nada. Es que soy alérgico al incienso — pareció conformarse con una mentira tan evidente.
Me limpié los ojos con la manga de la camisa. Seguí disimulando, intentando que nadie se percatara de lo que estaba haciendo realmente.
Sin darme cuenta la hora de cerrar se me ha echado encima y yo sigo obsesionado con la grieta, la sigo mirando como Uri Geller miraba a la cuchara. Concéntrate, concéntrate.
De repente un pequeño crujido, como el sonido de un desgarrón de pantalones vaqueros al ir a agacharse para recoger del suelo una moneda sin apenas valor. Me he avergonzado sin saber por qué, como si fueran mis pantalones los que hubieran dicho basta. Me he puesto alerta, la espalda recta, el cuerpo en perfecto ángulo de noventa grados y los ojos abiertos de par en par. Miro de soslayo a mi alrededor, nadie parece haber escuchado lo que para mi ha sido como un terremoto.
Sonrío y fijo de nuevo mi atención en la grieta. No hay duda, ha crecido unos centímetros por los extremos, se ha alargado. Sin embargo sigue teniendo la apariencia de una herida cicatrizada, de un corte de folio en la yema del dedo. Pero ha crecido.
Dos minutos para cerrar, yo a lo mío. El soniquete del windows al cerrarse la sesión y en mi cabeza se forma la imagen de Morgan Freeman justo en el momento en que se entera de que Tim Robbins se ha largado del truyo.
(Nota: Este texto debiera haberse publicado el Viernes pero resulta que estuve midiendo la calle para ver si sus dimensiones eran las mismas sobrio que ebrio, sorprendentemente, parece su longitud parece aumentar en relación directa a los gin tonics que te zumbes).
Me he dedicado a mirar la grieta, concentrado en ella intentando aparentar que nada sucedía, que el trabajo seguía su ritmo normal.
La he mirado con tanta intensidad que se me han chamuscado las pestañas.
— ¿No oléis a quemado? ¡Qué peste más mala! — Dijo S con el rostro arrugado de pasa.
La he mirado con tanta devoción que ha empezado a oler a incienso en toda la oficina.
— ¡A iglesia, ahora huele como en la iglesia de mi pueblo! —Volvió a señalar S, ahora en un tono alegre.
La he mirado con tanta desesperación que he comenzado a llorar.
— ¿Por qué lloras? — Me preguntó S.
— Nada, nada. Es que soy alérgico al incienso — pareció conformarse con una mentira tan evidente.
Me limpié los ojos con la manga de la camisa. Seguí disimulando, intentando que nadie se percatara de lo que estaba haciendo realmente.
Sin darme cuenta la hora de cerrar se me ha echado encima y yo sigo obsesionado con la grieta, la sigo mirando como Uri Geller miraba a la cuchara. Concéntrate, concéntrate.
De repente un pequeño crujido, como el sonido de un desgarrón de pantalones vaqueros al ir a agacharse para recoger del suelo una moneda sin apenas valor. Me he avergonzado sin saber por qué, como si fueran mis pantalones los que hubieran dicho basta. Me he puesto alerta, la espalda recta, el cuerpo en perfecto ángulo de noventa grados y los ojos abiertos de par en par. Miro de soslayo a mi alrededor, nadie parece haber escuchado lo que para mi ha sido como un terremoto.
Sonrío y fijo de nuevo mi atención en la grieta. No hay duda, ha crecido unos centímetros por los extremos, se ha alargado. Sin embargo sigue teniendo la apariencia de una herida cicatrizada, de un corte de folio en la yema del dedo. Pero ha crecido.
Dos minutos para cerrar, yo a lo mío. El soniquete del windows al cerrarse la sesión y en mi cabeza se forma la imagen de Morgan Freeman justo en el momento en que se entera de que Tim Robbins se ha largado del truyo.
(Nota: Este texto debiera haberse publicado el Viernes pero resulta que estuve midiendo la calle para ver si sus dimensiones eran las mismas sobrio que ebrio, sorprendentemente, parece su longitud parece aumentar en relación directa a los gin tonics que te zumbes).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
ves? al final te has aficionado a los gin tonics, espero que no te los estés tomando solo...
está genial este capítulo, lo que no entiendo es lo del olor a incienso... seguro que era incienso? mmm...
veamos como evoluciona esa grieta, mil cosas me imagino que puedan salir de ahí...
Publicar un comentario