miércoles, 21 de enero de 2009
Smoke (Día 12)
En el bloque frente a la pecera están todas las ventas abiertas. Pienso en ese programa de variedades que veía con mis padres de pequeño en el que un hombre feo y desgarbado con zapatillas blancas y esmoquin sonreía sin parar. Combino a la maruja de la bata rosa raída que orea unas sábanas amarilleadas con el abuelo encorvado que riega unos temblorosos geranios y con un chico que vestido de faena se come un yogur al lado de una garrucha fijada en la baranda del balcón. Tres en raya, diagonal descendente desde la izquierda hacia la derecha.
Enfrente la gente se preocupa por esas pequeñas cosas cotidianas que no necesitan de mucha atención y que son más hábitos que se ejecutan de forma automática. Aquí abajo, tras el cristal, yo me preocupo por el futuro y les envidio. Me levanto y voy hacia el botiquín, necesito un ibuprofeno. Que más da que tenga el estómago deshecho, que más da que ni siquiera intente mis ejercicios respiratorios, ya casi ni recuerdo cuando empezó esta sensación de estar cargando un paso de semana santa sólo con mis hombros, sin ayuda. Al menos, estúpido de mi, me consuelo con la certeza de que soy al que menos se le notan los estragos de la ansiedad.
Vuelvo a mi sitio y automáticamente retomo los planes de futuro justo dónde la había dejado; ¿Qué pasará cuando se rompa el cristal de la pecera?¿Qué pasará cuando no tenga más remedio que ser yo mismo? ¿Cuántas pastillas se pueden tomar al día? No creo que se disipe el dolor de cabeza.
La maruja se ha metido en casa, el abuelo ya no está y los geranios quedan abandonados a su suerte en este frío que se esconde tras la claridad de un cielo limpio, el operario de mudanzas tira con evidente esfuerzo de la cuerda en cuyo extremo pende, oscilando peligrosamente, el cabecero de una cama de matrimonio.
El edificio de enfrente vuelve a ser un simple edificio, la gente tras el cristal vuelve a no tener rostro, mi futuro sigue igual de incierto.
Agacho la cabeza y centro mi atención en un listado. Nombres sin rostro, teléfonos sin voz, planes que dependen de la araña de mi mano moviéndose nerviosa por el teclado del ordenador.
Hoy apenas he pensado en la grieta, no he tenido ganas de huir, he suspirado más o menos igual que siempre, he descargado tensión cantando lo primero que se me venía a la cabeza, he entablado un par de conversaciones absurdas con algunas de las personas que han entrado a pedir información. Casi podría decirse que he estado aquí.
Enfrente la gente se preocupa por esas pequeñas cosas cotidianas que no necesitan de mucha atención y que son más hábitos que se ejecutan de forma automática. Aquí abajo, tras el cristal, yo me preocupo por el futuro y les envidio. Me levanto y voy hacia el botiquín, necesito un ibuprofeno. Que más da que tenga el estómago deshecho, que más da que ni siquiera intente mis ejercicios respiratorios, ya casi ni recuerdo cuando empezó esta sensación de estar cargando un paso de semana santa sólo con mis hombros, sin ayuda. Al menos, estúpido de mi, me consuelo con la certeza de que soy al que menos se le notan los estragos de la ansiedad.
Vuelvo a mi sitio y automáticamente retomo los planes de futuro justo dónde la había dejado; ¿Qué pasará cuando se rompa el cristal de la pecera?¿Qué pasará cuando no tenga más remedio que ser yo mismo? ¿Cuántas pastillas se pueden tomar al día? No creo que se disipe el dolor de cabeza.
La maruja se ha metido en casa, el abuelo ya no está y los geranios quedan abandonados a su suerte en este frío que se esconde tras la claridad de un cielo limpio, el operario de mudanzas tira con evidente esfuerzo de la cuerda en cuyo extremo pende, oscilando peligrosamente, el cabecero de una cama de matrimonio.
El edificio de enfrente vuelve a ser un simple edificio, la gente tras el cristal vuelve a no tener rostro, mi futuro sigue igual de incierto.
Agacho la cabeza y centro mi atención en un listado. Nombres sin rostro, teléfonos sin voz, planes que dependen de la araña de mi mano moviéndose nerviosa por el teclado del ordenador.
Hoy apenas he pensado en la grieta, no he tenido ganas de huir, he suspirado más o menos igual que siempre, he descargado tensión cantando lo primero que se me venía a la cabeza, he entablado un par de conversaciones absurdas con algunas de las personas que han entrado a pedir información. Casi podría decirse que he estado aquí.
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6 comentarios:
Hostia, Víctor, tocao me quedo. Un 10,00000000000........
De tu futuro no te preocupes: no tienes. Ni tú ni nadie. Y se sabe.
(Voy a buscarte por ahí abajo).
jo, qué razón tenéis los dos. Estamos perdiditos! Perdiditos! itos itos itos!!
espero que eso que cantas para desfogarte "lo primero que se te ha venido a la cabeza"de forma voluntaria ria ira ria ria....XD
besitos a todos..donde está mi novio qcon el que vivia cuando empecé foto???
¡Abuelita, abuelita, qué prosa tan grande tienes!
eh, que me pongo celoso!
mudo, pues nada, que me alegro de que te guste lo que tus eclesiásticos ojos ven. Espero que me des tu opinión sobre lo que vaya colgando, me interesa que me fustiguen física y metafóricamente hablando, o mejor fustigame con metáforas que es lo más de lo más.
Respecto a mi futuro, pues se que no lo tengo, pero es que no puedo dejar de aspirar a uno.
Joss, perdiditos, perdiditos, jodidos pero contentos. Neuróticos pero adaptados, valerosos para escondernos y temerosos de ser copias. Es nuestro sino titi.
Y no estés celoso que epHedro al que ama es a tí.
Chá, alguna vez ha salido no te creas, pero no en la oficina. Te asombrarías de como separo el curro de lo personal, parezco otro allí, aunque claro uno es como es y algún que otro ramalazo se le escapa como cuando me olvidé de quitarme la peluca y las pestañas postizas de mi show nocturno y fui con ellas a trabajar a la oficina.
Ep, para que me leas mejor, para que disfrutes mejor, para que te quedes en ella mejor. Gracias.
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