19 en el Aleph de Borges

"Una copita del seudo coñac - ordenó - y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de la baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!

Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.

¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente las veía desde todos los puntos del universo"


Artículo 19
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

* Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.



Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y la expansión denuncia la obra de sus manos.

Biblia, Libro 19 (Salmos), 19:1

lunes, 24 de noviembre de 2008

Euforia c.6

6 El casteller.


Para ti los demás siempre lo hacían mejor que yo.


Tal vez no querías pensar eso, pero siempre actuabas como tal. Y los demás se daban cuenta y yo me daba cuenta y hasta tus excusas de mierda se daban cuenta. Puede que tu subconsciente te tomase el pelo. Quizá aceptase un pacto entre caballeros con tu moral, y acto seguido se enterase de que es una mujer pero decidiese hacer mutis por el foro por esta vez. Quizá cuando lo pensabas te ponías a limpiar a fondo la escultura de arcilla que te regalé y que tenías guardada en el segundo cajón de tu escritorio porque no pegaba con tu salón.


Nunca te lo quise decir, pero no fue comprada en ningún rastrillo. Me pasé toda esa noche en la que estabas tan triste y las otras tres que le siguieron maldiciendo las formas que no me salían, que se desmoronaban del conjunto una y otra vez, como el casteller que nunca gozó de buena psicomotricidad. Pero al final la terminé y te la regalé, y es cierto, era fea de cojones. Pero era lo mejor que sabía hacer.


Siempre esa sensación aplastándome la última vértebra. Y quizá si me lo transmite mi madre me dan ganas de mejorar, contigo me vienen los vómitos y los ardores.


El casteller se empeña en dar forma a esa montaña humana. Y los otros que van vestidos como él se le derraman. Y él no puede evitar pensar cómo la ha cagado, como todo se ha ido a la mierda por su culpa, pero luego recuerda que sólo estaba allí para contentar a Ricardo y deriva las culpas.


La magnitud de la culpa hace que se mastique con dificultad.


Ahora sé que tienes miedo, porque el miedo huele a ventisca de otoño que no ha sido para tanto. Y con el miedo llega la desesperación. Porque nadie sabe nada, se hacen los suecos. Se beben tus dudas y hacen gárgaras con tus preguntas, como si tú no estuvieras delante. Hay cosas para las que tú no estás preparada por mucho que te estudies la teoría día y noche desde hace años, porque hay cosas para las que nadie está preparado. Y ahora te preguntas delante del manual al que has ido a informarte dónde hostias está la página donde habla de lo que sientes, todos esos pensamientos nuevos, que a santo de qué aparecen ahora por tus sinapsis. Pensamientos que siempre nos acostumbramos a poner en otra cara, nunca en la nuestra, nunca en ninguna que hayamos visto más de una vez, a no ser que sea por la tele. Porque creemos que nunca tendremos la necesidad de pensarlos. Nosotros no.


Y las verdades te rondan como una tuna y tú les sacas brillo. 


Una vez y otra vez y otra vez más.


Me gustaría decirte que viajar por cinco minutos al pasado sale por una pasta. Aún así, he mirado vuelos. Me carcome cada individuo que te mira con cara de pena, como contemplando todas las cosas que a partir de ahora deben hacer para curar su culpa, para curar su herida, porque hasta en el peor de los casos los que consideramos más cercanos luchan por salvar su culo. Y su conciencia, por todas aquellas veces que lo hicieron mal. Por no tener que vivir toda la vida con una idea que provoca cefaleas en código Morse.


Parece ser que todo el mundo huele a muerto y debo ser la única ilusa que recuerda que mañana aún olerá mal el pis de gato. Yo aún no he visto a nadie estirar la pata. Es más, la cosa más muerta que conozco soy yo misma y aún huelo el pis de gato. Deberíais ir todos al médico a ver qué os cuenta de vuestra congestión nasal.


¿mientras, qué haces? Fingir que no pasa nada, bromear sobre lo mal que saben las pastillas y ponerte muy violenta cuando te hablan de la mejor manera de lavar las lechugas. Sabes que lo que menos aguantarás es el "Deja, deja ya lo hago yo". Querrás tener cerca un rifle y ser un sheriff del Oeste para poder matarlos a todos sin mediar palabra. Estallar tienen un precio que a veces hay que pagar con la propia vida, pero es peor dejarlo para luego, para cuando no exista el miedo.


Creo que tu miedo ya ha hecho bastante por todos. Y, lejos de salvarte, te va crucificando sin prisas, transformando todo lo que se mueve en serigrafía barata.


Puedes auto-convencerte hasta que aprecies la serigrafía barata, pero ya has salido del mito de la caverna y el volver no te dejará dormir por las noches observando las sombras.


Siempre te gustó pensar que las cosas surgen. Casualidad. Azar. Pero esto no es un puto bingo de barrio y comer tierra de las macetas nunca fue el mejor remedio para curar la sed. Todo es elegible. Y lo que no es elegible, al menos sí lo es en el sentido de cómo sobrellevarlo.


Deberías seguir lamentándote y seguir cagándote de miedo. Deberías hacer eso hasta que estés tan paralizada que con cada palabra que intentes decir debas evitar el romperte a llorar, como cuando eras pequeña y Carlota no te invitó a su cumpleaños. Deberías hacer eso antes de aceptar que nadie puede cargar con tus vasos rotos sin romperse unos cuantos de los sanguíneos. Siempre es mejor que llamarme a estas horas tan inapropiadas para ir a tirar piedras al pantano hasta que consigan rebotar cuatro veces. Y luego volver a casa sin más, sabiendo que el tiempo no corre en tu contra, sólo pasea.


Deberías hacer eso en vez de dejar que te lleve al pantano, porque en cuanto consiguiésemos cuatro rebotes yo me lanzaría a ese agua sucia y llena de corrientes a buscar la piedra exitosa, sólo para después desde allí mismo tirártela a la cabeza para recordarte que estás viva.


Tranquila. Tropezaría en el intento. Psicomotricidad.


Parece que lo mejor es que sigas creyendo que yo nunca quise ayudarte, que no se puede contar conmigo, que lo hago todo al revés. Soy el casteller que todo el mundo pensó egoísta porque no supo sujetar a los demás. La lata de maíz que empujó la mujer del fontanero con el carrito y jodió toda la pirámide de la oferta 2x1.


No. Mi oficio no era ése. Mi oficio era hacerte esculturas con arcilla de madrugada, mientras tarareaba la última canción que habíamos descubierto, y tú me pedías que te leyese de nuevo "El Pequeño Nicolás". Yo nunca supe comportarme, hacer las cosas "como hay que hacerlas", nunca supe que existía una ley divina de cómo actuar y que yo no me leí, aunque de haberlo sabido tampoco me la hubiese leído. Comportarme como una perfecta marioneta nunca fue mi manera de ayudar a nadie, yo no soy un manual. Sólo sabía que la mejor manera de ayudarte era intentar siempre que no olvidaras sonreír, hasta cuando ya te están dando calambres de hacerlo. Que le jodan a la risoterapia.


Porque todo se va a la mierda. Ofertas 2x1. La tuna. El maíz. La colla castellera. El pequeño Nicolás. La euforia. Todo menos el olor a pis de gato.


Te daré un buen dinero para que no tengas que guardar la escultura horrible en un cajón. He estado ahorrando todo este tiempo, y con todos los céntimos que no he gastado desde que decidí enclaustrarme en mi cuarto podrás comprar una escultura que pegue con tus cortinas. Será mejor regalo, dónde va a parar.


Mi oficio no era ser una lata de maíz con 2x1.


Mi oficio era hacerte esculturas de arcilla.


Pero para ti los demás siempre lo hacían mejor que yo.







"Una palabra tuya bastará para sanarme" Mateo 8,8.


(suena Dorian "Te echamos de menos", por segunda vez...)



1 comentario:

Argax dijo...

Veo reproches, veo odio e ira. También un camino ya casi finalizado con nada al final.
Es peligroso, pero también apasionante escribir desde esa perspectiva.
Para analizar el contenido en profundidad necesitaría otra lectura.
Me gusta la estructura, el final anafórico, el simil del casteller.

En fin tía, que da gusto leerte.

De las cosas negativas ya hablaremos otro día.