19 en el Aleph de Borges

"Una copita del seudo coñac - ordenó - y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de la baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!

Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.

¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente las veía desde todos los puntos del universo"


Artículo 19
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

* Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.



Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y la expansión denuncia la obra de sus manos.

Biblia, Libro 19 (Salmos), 19:1

jueves, 2 de agosto de 2007

La Última Partida

La Última Partida


Sentado frente al mar, en algún lugar en la costa sueca, el Sr. Bergman contemplaba plácidamente las olas mientras atardecía. La luz era pajiza, desteñida. La luz del ocaso aparentaba que el mar la estuviera absorbiendo: muy despacio, pero de manera irreversible, éste iba adoptando un color gris, plomizo, como de película muda.
Pese a ser Julio, el calor aquella tarde era inusualmente elevado, “esto es Suecia, diablos”, pensó el Sr. Bergman mientras se pasaba una mano por su frente empapada en sudor. Hacía tiempo que andaba algo alertado con los peculiares cambios de clima que estaban sucediendo en Europa.

En Fjärdingslöv se habla de grandes señales y portentos. Dos caballos se han devorado mutuamente. En los camposantos las tumbas se han abierto y sus restos se han esparcido por todo el lugar. Ayer por la tarde lucían cuatro soles en el firmamento.


Con sus 89 años, había contemplado más cosas de las que quería recordar, “siglo de señales y portentos el que nos ha tocado vivir”. Quizás no era tan descabellado pensar que se acercaba el final. No había más que oír las noticias: huracanes en Alemania, inundaciones en Inglaterra, maremotos que asolan continentes… guerras mundiales…
“No, Ingmar, de nuevo te dejas transportar, no será tan hermoso, no seremos tan dignos de tener un Juicio Final. El mundo seguirá girando como entonces, y nada, nada importará, igual que siempre”.
El mar seguía golpeando suavemente contra las rocas, el cielo despedía haces de luz tenues que casi parecían no existir, casi parecían irreales, quizás como si estuvieran pintados en un inmenso telón de fondo.
Al Sr. Bergman se le ocurrió mirar a lo lejos en el camino de tierra que acababa en su casa, esto es, el lugar donde se encontraba justo en ese momento, y se fijó en que una figura humana venía andando hacia él desde la lejanía. En la primera impresión, la figura le pareció gratamente familiar. Según se le iba acercando rechazó aquella impresión y finalmente, cuando estaba tan cerca que hasta sus ojos ancianos podían verla claramente, pudo reconocerla con total exactitud.

-¿Quién eres tú? – Preguntó Ingmar a pesar de todo-.

-La Muerte – Le respondió la figura, que ahora no era una figura, sino el cuerpo embozado y encapuchado de negro característico de la Parca.-

-¿Es que vienes a buscarme?

-Hace tiempo que te vengo siguiendo.

-Ya lo sé.

-¿Estás preparado?

Ingmar asintió con la cabeza, y no pudo evitar una sonrisa de satisfacción, e incluso se sorprendió a sí mismo cuando sintió que una lágrima le recorría el rostro.

El espíritu está pronto, pero la carne es débil.

-Acércate- le dijo a la Muerte- para que pueda verte bien… eres justo como te había imaginado durante todos estos años, aunque pareces más anciano, ¿es que ni siquiera a ti te perdona el Tiempo?

La Muerte era pálida como los primeros copos del invierno, una palidez tal que parecía producto del maquillaje, y en vez de una calavera, lucía una cara de generosos rasgos faciales, con una prominente, incluso cómica nariz, y sus ojos, brillantes, eran negros pero sólo en comparación con la blancura de su piel, por lo demás, parecía una persona de lo más normal, aunque de aspecto gallardo.

-Es un honor que hayas venido a verme personalmente. Dime, ¿jugarás conmigo una partida de ajedrez?

-Nunca rechazo una partida de ajedrez.

-Pero hay una condición: aunque gane me llevarás igualmente.

-¿Por qué anhelas lo que los demás temen tanto?

-Es cuenta mía.

Al Sr. Bergman y a la Muerte les vino la noche y no retiraron sus miradas del tablero, ni intercambiaron una sola palabra. Finalmente, la Muerte tuvo que hablar:

-Estoy sorprendido, viejo. ¿No vas a preguntarme nada? ¿No sientes miedo, o curiosidad al menos? ¿No te inquieta saber a dónde vas a ir?

Al Sr. Bergman le llevó largo tiempo responder aquello. Llevaba tantos y tantos años esperando ese momento. Recordaba cómo en sus tiempos jóvenes pasaba largo tiempo practicando con el ajedrez e ideando un plan para sonsacar a la Muerte.

Buscas garantías

Cómo había anhelado aquel instante, como había deseado esa última oportunidad, cuántas noches en vela pensando en Ella, la Muerte, la Guardiana, la Puerta y la Llave, cómo él trataría de atravesar esa puerta no sin dejar de mirar a través de la cerradura de sus ojos negros, y averiguar “algo”, lo que fuera, cualquier mínimo detalle sobre lo que le esperaba detrás. ¿Era miedo?, ¿era religiosidad?, ¿era sed del alma, que le pedía Dios, como pediría agua el peregrino perdido en el caluroso desierto? ¿era temor al vacío?, ¿ansias por saber que todo lo existente no era en vano, que el sacrificio SÍ tenía sentido, averiguar que al final del camino había una recompensa y así acallar su conciencia, su lado animal que siempre le dijo “duerme” cuando debía estar despierto o “canta” cuando debía estar callado?

Sea lo que fuera lo que le impulsaba en su juventud, e incluso en los últimos días de su existencia, ya no lo sentía. Algo ya había muerto en él, sin necesidad de que la Parca viniera a llevárselo. Y puede que ese algo hubiera muerto justo en aquel momento que la vio llegar. Sea como sea, ya no importaba. Trataba de pensar en una respuesta para la Muerte y sólo se le ocurría que estaba cansado. Cansado.

-Estoy cansado- Le dijo.

La Muerte se levantó y alzó sus brazos para envolver al Sr. Bergman en sus brazos. Y el sr. Bergman tomó a la Muerte con los suyos, y mientras sentía que quedaba dormido y que la vida se le escapaba, no sintió el más mínimo desazón, al contrario, sintió por primera vez en décadas, de nuevo y llorando, henchido, el más dulce sentimiento de amor:

-Oh, Muerte, en verdad tu eres mi único amor, tantas veces he intentado alejarte de mi, oh, mi esposa, oh, mi hermana, oh, mi madre, Muerte, tú eres todas las cosas hermosas.

IN MEMORIAM
A Ingmar Bergman, 1918-2007

2 comentarios:

chá dijo...

Creo que al paso que vas, me quitarás el título de Miss Parrafada...

Me ha gustado mucho, me ha henchido, dicho en tu idioma, y me lo he pasado muy bien guayabereando en mi casa...

Por más tardes soeces como ésta.

yosoyjoss dijo...

Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Sabia que la muerte de este gran director os emocionaria tanto como ami y se inundaria la pagina de calidas palabras...

Hasta pa las mamonadas escribis mas... os odio a todos y algun dia subire a una torre con un rifle y hare un picnic.