En un enorme jardín de alguna popular capital europea, un MIMO ejerce como tal, tratando de llamar la atención del resto del personal. Nadie parece hacerle caso, cuando se acerca a alguien con sus gestos histriónicos y sus números ya demasiado clásicos para gustar a nadie. Ni siquiera parece hacer efecto sobre los niños ni los ancianos. No queda tiempo para un pobre mimo. Nuestro MIMO se muestra cada vez más nervioso cuando empiezan a agotársele los ardides, finalmente pierde los papeles cuando, acercándose a una dama que se haya recostada sobre la hierba, el MIMO le entrega una flor imaginaria y ésta le responde con un puntapié para apartarlo. Finalmente pierde los nervios y desafía la ley del mimo para romper su silencio.
MIMO: (Dirigiéndose al público) ¡Vosotros, necios! Vosotros, que habéis olvidado el rostro de vuestros antepasados, vuestros orígenes. Que no recordáis ni quien fuisteis antes de venir a este teatro. Vosotros, pequeños seres incompletos e insignificantes. Os encontráis en mitad de la Nada, desnudos y vacíos. Atrapados. Atrapados entre mundos, os aferráis a aquello que imagináis asible. Vosotros que a veces soñáis despiertos, el resto del tiempo lo hacéis dormidos. Dormís, sólo dormís, soñáis que entendéis lo que decís, que comprendéis lo que hacéis. Miserables pero altivos, el más alto de los miserables, el gusano que más tierra remueve, eso sois: el devorador de cadáveres, el náufrago de un océano interminable, tan minúsculo como un instante en la eternidad.
Del tiempo sois el que mueve el péndulo. Del espacio, lo que queda entre galaxias. De la galaxia, la Tierra. De la historia, lo sois todo, y sin embargo jamás ninguno habéis llegado a ser. De los textos antiguos, Moisés que pierde las tablas. De los cristianos, Cristo ignorante de su divinidad, pero carente de toda humildad. Del cuerpo sois ingenua proteína, que reordenando la cadenas de datos, sigue las órdenes del eco de una voz hace tiempo muerta ya. De la mente, un super ego henchido de deberes vacíos y confusos, tirano que no tiene a nadie a quien tiranizar.
Vosotros, Fausto, ¿está vuestro Mefistófeles presentando un late night o diseña el próximo envase para un perfume? Vosotros, descerebrado Presidente del Estado en Constante Unión, no confundís bajas pasiones con deberes de Estado, es sólo que no hay más que éstas.
Vacío. Todo es en vano. ¿Me odiáis acaso porque cubro mi rostro? ¿Acaso porque callo cuando hay tanto fuego en mi interior que desea arder en un grito? ¿Y para qué, os pregunto, para qué continuar con la verborrea? ¿Para qué darte uso, palabra, si no existe recipiente alguno, ni uno solo, al que pudierais desbordar? Prefiero callar, ahogar mi grito y ser un mimo. Un mimo, exactamente igual que vosotros, pues es lo que somos vosotros y yo, un mimo y nada más. Callar y cubrir el rostro. Pues lo pinto de blanco, se os volvió a olvidar, no para cubrirme yo, sino para descubriros a vosotros. Siempre ha sido así, y siempre lo será. No seré yo quien cambie el curso de este río. Odiadme entonces, odiadme, será entonces porque soy un buen mimo, un comediante retorcido y digno de desconfianza, pero acordaos al menos de ser consecuentes con vuestro odio.
Vosotros, necios: ¿me decís que os perdéis en vuestras propias miradas cuando os asomáis al espejo?
UN CRÍTICO ENTRE EL PÚBLICO: Mal mimo eres, que rompes tu silencio en tan sencilla improvisación.
MIMO: Vete a la mierda.
El MIMO baja del escenario y sale del teatro atravesando el palco. La puerta del teatro da directamente a un hermoso y enorme jardín de alguna popular capital de Europa. El MIMO parece bastante confuso pues pese a que el lugar le resulta familiar, al mismo tiempo, es radicalmente diferente.
1 comentario:
Bueniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo!!!
Elfi
Publicar un comentario